Vale, abordemos el tema. Porque resulta cansino escuchar a
tanta gente, compañeros, e incluso alumnos y profesores, cuestionar, en
estos tiempos que todo se cuestiona, la existencia de las facultades de
periodismo; si no todas, al menos se critica que existan tantas mientras
la destrucción de puestos de trabajo en el sector ya es toda una
tragedia, así en España como en el resto del Mundo. Es, además, una
crítica que alcanza no sólo a la existencia de estas facultades sino, y
lo más importante, a los contenidos que se imparten, desde la hipótesis
de que en la mayoría de los casos la materia de docencia está alejada de
la realidad, de la praxis, tan condicionada, o tal vez valga decir
revolucionada, por el soporte digital. Lo que les planteo no es ninguna
broma.
No se pueden imaginar el pesimismo que se ha instalado entre mis
alumnos de periodismo, conscientes de que acabada la carrera pasarán a
formar parte de una enorme legión de graduados en paro, becarios mal
pagados e incluso algunos esclavizados, es decir, trabajando
gratis…abundan. Recurriendo a la soberbia metáfora creada por Umberto
Eco en 1965, volvemos al contraste entre Apocalípticos e Integrados; con
la idea, extendida, de que los agoreros parecen tener razón en su
fatídico pronóstico, ¿se acabó este oficio?
Porque
a la crisis económica se suma, en el caso de los medios de comunicación
clásicos, en especial la prensa, una crisis estructural: la manera de
consumir información está cambiando a marchas forzadas, lo que conlleva
un cambio radical en la manera de difundir y, también, de producir
información. Las facultades de periodismo españolas, casi todas creadas
desde la conclusión de la Transición y algunas muy recientemente, surgen
por una necesidad evidente de formar profesionales en un periodo, entre
1982 y 1996, de enorme expansión de estos mismos medios: aparición de
televisiones privadas y autonómicas, nuevos periódicos e incluso
delegaciones territoriales de los ya existentes, muchos gabinetes de
prensa de muchas instituciones nuevas, etcétera.
Los que vivimos esa
eclosión, expansión o ¿burbuja? de medios, sabemos lo que era acabar la
carrera y encontrar múltiples ofertas para desarrollar este viejo y
apasionante oficio. Esas facultades, y la teoría clásica sobre la que se
sustentaron, formalizaron programas en base a una visión del periodismo
propia del siglo XX (en la prensa, por cierto, con el retrovisor puesto
en el XIX), cuando Internet no existía, ni los diarios digitales, ni
google, ni las redes sociales, ni nada de lo que ahora condiciona,
inevitablemente, nuestra profesión, y nuestras vidas.
Todo esto es cierto, y lo es aún más que las facultades de periodismo
están sufriendo lo mismo que los medios de masas convencionales: la
revolución digital es tan acelerada que difícilmente una estructura de
anclaje “medieval” como es la de las universidades puede adaptarse al
mismo ritmo para ofrecer contenidos que respondan a las nuevas
necesidades, a las nuevas habilidades que se exigen a los periodistas.
¡Pero si ni siquiera los periódicos saben bien cómo actuar ante tantos
nuevos retos!, y podemos observar cómo cada gran diario del mundo está
adoptando su propio modelo (al respecto, recomiendo la lectura de “La
prensa sin Gutemberg” de Jean-François Fogel y Bruno Patiño). Es decir,
todos están, todos estamos, experimentando, porque el nuevo medio,
Internet, es tan completo – permite combinar todos los lenguajes de la
comunicación – que aún no hemos acotado todas sus posibilidades y, menos
aún, el modelo de negocio.
Pero de eso a decir que las facultades no sirven en estos tiempos hay
un enorme trecho. Porque si bien es cierto que las facultades carecen,
en general, de programas y asignaturas, con dignas excepciones, para
formar bien al periodista en el medio digital, dado que estamos hablando
de un medio que cada día nos marca nuevas reglas de juego, y de que hay
muchos profesores (y también periodistas) que siguen sin entender el
cambio que se está produciendo en el ecosistema comunicativo; no lo es
menos que el periodismo, con mayúsculas, cada vez se hace más necesario:
es el único oficio que puede poner orden en este enorme caos de flujo
de información en el que nos encontramos. Obviamente, no seré yo quien
niegue que las universidades deben ponerse las pilas para introducir,
vía contenidos oficiales, o actividades complementarias, las materias
que ayuden a ese joven periodista a afrontar el futuro inmediato. Ya
tardan.
Pero no se engañen, enseñar a detectar un acontecimiento y
transformarlo en noticia, aprender a interpretar y a contextualizar un
hecho, a conocer la historia de la comunicación y todas sus
posibilidades, seguirá siendo materia necesaria e imprescindible para
cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Y es justamente en las
facultades de periodismo donde debe producirse el debate y la
investigación necesaria para mejorar la formación de los futuros
periodistas. Cada día estoy más convencido. Otra cosa, finalmente, es el
mercado, y a lo mejor aquí sí que alcanzamos el consenso necesario:
hubo una burbuja no sólo inmobiliaria, sino también de facultades de
periodismo, y de televisiones, y de periódicos, y de tantas cosas. ¡Qué
tiempos aquellos
(*) Licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autónoma de
Barcelona y profesor asociado de Periodismo Político en la Universitat
de València, donde ejerce de corresponsal de 'La Vanguardia', antes lo fué en Bruselas.
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