Quien controla los medios controla lo que la gente piensa porque
determina aquello de lo que habla, Los medios imponen la agenda en unos
sistemas democráticos que son “democracias de audiencia” y, al imponer
la agenda, la encuadran de forma que también imponen un determinado
punto de vista, una ideología. La ideología es el producto que venden
los medios y, a través de ella, el apoyo o la crítica a los poderes en
plaza.
La derecha que ha ocupado prácticamente todos los intersticios del
poder desde el 20-N, conoce esta doctrina mediática y la aplica a ojos
cerrados: el control de los medios debe ser absoluto, sin fisuras, como
el de cualquier otro aparato del Estado, sea represivo o ideológico.
Sólo de este modo, combinando sabiamente la represión con el
adoctrinamiento, cabe conseguir la resignación y la conformidad de la
gente con una política autoritaria, agresiva, de tajos (más que
recortes) de derechos económicos y sociales y de restricción de
libertades civiles. Todo ello administrado en nombre de las
excepcionalidad de la crisis pero motivado en el fondo por una ideología
que apenas oculta su naturaleza nacional católica y nostálgica de la
dictadura y el franquismo.
La virulenta reacción conservadora, apoyada en una mayoría absoluta
que convierte en irrelevante cualquier oposición, no está dispuesta a
debatir nada de sus propósitos de gobierno, por lo demás todos ellos
improvisados bajo el criterio general de cuanto más injustos, mejor. No
pacta nada. No negocia nada. No le hace falta y ni siquiera cree
necesario disimularlo. Y menos que nada en el campo de los medios en el
que las cosas están muy claras.
La Nomenclatura periodística del PP, abundante guardia pretoriana de
la derecha, tampoco se anda por las ramas. ¿Para qué? Comunicadores que
han ocupado TeleMadrid y Canal Nou como si fueran fortines y baluartes
desde los que cargan sistemáticamente contra la oposición sin darle
posibilidad de defenderse, desde los que deforman la realidad, la
censuran y mienten sin ningún reparo, se permiten el lujo de tildar de
ocupas a unos profesionales de la TVE que, en el corto plazo de vigencia
de la Ley de Radio Televisión de 2006 han conseguido hacer una RTVE que
era un ejemplo de profesionalidad e imparcialidad. Esto era algo que la
derecha, cuyos medios y periodistas son puros mercenarios, no podía
tolerar por el miedo a la comparación.
Así que, al entender la política democrática como un sistema de
despojos en el que el ganador se lo lleva todo, ni siquiera se molestan
en dar verosimilitud a sus críticas que no son tales sino meros insultos
proferidos desde la inferioridad intelectual. Se llama cualquier cosa a
los profesionales de la TVE, ocupas o lo que sea, porque, en
definitiva, lo importante no es tener razón o no, manejar o no datos o
informaciones sino que el jefe tenga el poder y pueda manejarlo
contundentemente, mediante decreto-ley para imponer un discurso, un
pensamiento, un punto de vista, apoyado en la combatividad de los
mercenarios ideológicos.
La decisión de consejo de ministros de reformar por decreto la Ley
vigente de Radio y Televisión sustrae el nombramiento del presidente a
la fiscalización del Parlamento y lo convierte en una designación
digital de un comisario político que dé garantías de hacer del medio un
altavoz del poder. De todas las medidas antidemocráticas de este
gobierno es la más antidemocrática y la más escandalosa. A cambio
presenta la ventaja de que, una vez impuesta, se deja sin voz a la
oposición pues la televisión pasa a ser la sección de agitación y
propaganda del partido, como lo es desde hace años en Madrid y Valencia y
la complementaria de facilitar la tarea de selección del responsable.
Basta con encontrar al que tenga menos escrúpulos a la hora de mentir.
Porque quien trata de controlar los medios de comunicación es porque quiere mentir.
(*) Catedrático de Ciencia Política de la UNED
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